Me duele, y nadie se imagina cuánto. Ya no es un sentimiento, es un estado. No me siento sola, ESTOY sola. La gente que se suponía que debería estar conmigo, hoy no está. Se borran, desaparecen, no contestan llamados ni mensajes de texto; no responden ante mis gritos desesperados de auxilio. Siento que para muchos soy invisible, que lo único que ven en mí son cortes, intentos de suicidio, o crisis. Vivo en crisis, es verdad, pero sigo viviendo igual. Estoy acá, respiro, hablo, lloro, pero, aún así, nadie puede verme. Sin otro remedio, me resigno a vivir de esta manera, invisible para el mundo, rechazada por mí. No puedo quererme; no, mientras alguien no me demuestre que sí lo hace.
Siempre me pregunté qué se sentía antes de morir. Pensé que nunca lo iba a saber, pero hoy puedo decir que conocí la muerte. La viví y la vivo constantemente. Ver que mi familia se sumerge en la angustia, me mata. Ver que mis amigas no están, no las siento, también lo hace. Ver que lo más lindo de la vida se rompe, al tiempo que yo me quiebro. Ver que pierdo todo y me quedo con menos que nada. Estoy sola, ya no tengo con quién reír, ni con quién llorar. No tengo amigas, ni abuelo, ni mamá. No tengo vida, no tengo nada más. Estoy cansada. Estoy cansada de vivir cuando deseo morir. Estoy cansada de esconder mi llanto, mi pena, mi alma. Quizás me lo merezca, como escuché que me decían alguna vez. Tal vez deba pagar con la soledad y la angustia todo el dolor que ocasioné durante tantos años. Los lastimé y no tuve piedad. Pido perdón, perdón por todo. Sé que algún día verán que los amé de verdad.
No llores porque muero, alégrate porque alguna vez estuve viva
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